El Efecto Pigmalión: expectativas que moldean el éxito o el fracaso
El efecto Pigmalión, también conocido como la profecía autocumplida, se refiere al fenómeno en el cual las creencias y expectativas de una persona sobre otra pueden influir en el rendimiento y desarrollo de esa persona. El nombre del efecto se deriva del mito de Pigmalión, donde las expectativas y creencias del escultor hacia su estatua cobran vida.
Si hacemos un balance de aquellas personas que han formado parte de nuestras vidas y cómo sus creencias sobre quiénes o cómo somos nos han afectado, e incluso la percepción que ellos tenían acerca de nuestras capacidades, nos daremos cuenta que el efecto Pigmalión puede tener tanto repercusiones positivas como negativas en nosotros.
En el contexto psicológico, el efecto Pigmalión se refiere a cómo las expectativas y actitudes de una persona pueden afectar la forma en que interactúa y se relaciona con los demás. Si alguien tiene altas expectativas sobre el rendimiento de otra persona, es más probable que le brinde más oportunidades, apoyo y retroalimentación positiva, lo que a su vez puede aumentar la confianza y el desempeño de la persona en cuestión. Por otro lado, si se tienen expectativas bajas, es más probable que se brinde menos apoyo y se desaliente el rendimiento.

El efecto Rosenthal
El experimento se aplicó por primera vez en una escuela en 1966. Consistía en practicar una supuesta prueba de inteligencia a la que le pusieron el falso nombre de test de Harvard de adquisición conjugada. Se les aplicó a los niños de los grados primero al sexto y se dijo que la prueba medía el coeficiente intelectual, cuando no era así.
Entornos en los que se desarrolla el efecto Pigmalión

El Mito de Pigmalión

Como Pigmalión las vio realizando sus crímenes, ofendido por la mente criminal de las mujeres vivió durante mucho tiempo célibe en lecho sin compañía. Entre tanto, esculpió en marfil una figura femenina hermosísima, y se enamoró de ella.
Publio Ovidio Nasón. Las Metamorfosis. Libro décimo
También la viste y la adorna de anillos y collares y zarcillos y cintas: todo le queda bien. Y tan hermosa como vestida, aparece desnuda. La coloca en tapices teñidos de púrpura y la llama esposa, y la recuesta en blandas plumas como si su cuello pudiera sentir.
Publio Ovidio Nasón. Las Metamorfosis. Libro décimo
El deseo de Pigmalión
Había llegado la fiesta de Venus en Cipros (…) Después de hacer sus ofrendas, Pigmalión se detuvo ante el altar y pidió con timidez que le fuera dada por esposa una virgen semejante a su estatua de marfil. Venus, que asistía, accedió, y demostró su asentimiento levantando una llama tres veces. Cuando Pigmalión volvió a su casa, fue a la estatua de su niña y, recostándose en el lecho, la besó: parece estar tibia. Vuelve a besarla, toca su pecho: el marfil se ablanda bajo su mano, y cede a su contacto como la cera del Himeto suavizada y hecha tratable por el sol y el uso. Pasmado, cree que se engaña en su alegría. La palpa y la palpa otra vez. Era de carne. Palpitaban las venas junto a sus dedos. Da gracias entonces a Venus, y besa una boca verdadera.
Publio Ovidio Nasón. Las Metamorfosis. Libro décimo
